2007/03/05

Viaje bodeguero (III)

Un paseo por el exterior de la muralla de Laguardia (el de la mañana había sido por dentro) nos proporcionó unas vistas increibles de la sierra de Cantabria y el valle hasta llegar a la misma, de la bodega construida por Santiago Calatrava y de un mini-parque con arboles retorcidos y cesped perfecto que le daban un toque idílico al lugar. Se respiraba tranquilidad, quizás porque la época no es turística y la hora y el tiempo invitaban a los nativos a quedarse en casa dormitando la siesta.





En cualquier caso el pueblo es pequeño y una vez rodeado se llegaba otra vez a la plaza del ayto. en dónde vimos danzar el aurresku a los autómatas, a las 16,55h, con todo lleno de turistas –no se de dónde habían salido-.

Rodeando la manzana, llegamos a “El fabulista”. Esta bodega era el concepto totalmente contrario al de la bodega de la mañana. Eusebio, el dueño de la misma nos desgranó durante más de 2 horas todo lo referente a su negocio. La bodega perteneció en su día al escritor Samaniego –de ahí el nombre- y Laguardia está formada por dos ciudades, la que está sobre tierra y la que está bajo tierra. La mayoría del pueblo tiene en el interior de sus casas bodegas que han sido utilizadas tradicionalmente para crear y fermentar vino. Actualmente solo dos de estas casas se dedican a la elaboración del vino. La razón principal es la cantidad de producción. Si se quiere hacer vino para vender en España y fuera de ella, se necesita una infraestructura brutal. Este es otro concepto. Este hombre tras una reconversión industrial se vió forzado a reconstruir y restaurar las instalaciones de la bodega, tanto de la zona de elaboración como de crianza. Elabora vinos de un modo artesanal. Escuchándole hay una cosa que queda clara y no intenta engañarte al respecto: el vino está de moda y el hace vino para subsistir, porque es un buen negocio. Vive del turismo y vende toda su producción en su propia tienda. Pero hay algo que no te dice y sin embargo se nota al escucharle... está más que orgulloso de su trabajo y le encanta. En ningún momento nos dijo que su vino estuviese bueno o mejor que otros: “mi vino es ‘correcto’” le oí decir durante la visita, pero nos pidió que al final de la misma, cuando nos lo diese a catar, lo criticásemos.

Comenzamos la visita en la zona de elaboración, situada a la altura de la calle, en el mismo local de la tienda. Nos enseñó los lagos donde se pisa la uva y nos comentó la dificultad de encontrar mano de obra para este tema. Al realizar el pisado no hay oxígeno, se respira puro CO2 y vapores alcohólicos, lo que puede causar desvanecimientos y muerte por asfixia. La anécdota es que los turistas japoneses le piden hacer este trabajo y hasta le ofrecen pagar por él.

Luego bajamos a la bodega, dónde nos muestra el canal natural de ventilación que existe en el subterraneo para el mantenimiento. Los barriles de su crianza se encuentran dispuestos en fila en un estrecho pasaje, en el que destaca un entrante en el que tiene expuestas las 4 botellas de los distintos vinos que elabora y por detrás aparecen las botellas a partir de las cuales se hacen los análisis químicos y de cata para poder obtener la denominación catalogada del vino. Era espectacular ver como las más antiguas están comidas por la humedad de la cueva. Y como las nuevas llevan el mismo camino de un modo gradual:



Pasamos finalmente al fondo de la bodega donde tenía preparados un montón de barriles con dos botellas de sus vinos dispuestos para la cata. El ambiente era espectacular para realizar la cata. La bodega húmeda con los barriles acondicionados de modo que tenían una luz interior que resaltaba hacia fuera sobre las copas y las botellas.



Probamos en primer lugar el vino jóven del año (no fermentado en barrica) llamado “Decidido”. Un vino suave y afrutado. Las instrucciones de cata de Eusebio fueron tan precisas como divertidas e intructivas. La gente se lo pasaba en grande cuando explicaba las diferencias de tomar un vino en un lugar dedicado a la cata de tomarlo cuando vas a un bar “donde hay un olor a fritanga que atrapa”, como dijo con su acento vasco.

Finalizamos la cata con un “Fabulista” de crianza. Mucho más potente y elaborado, era un vino diferente y suave, con un buen paso de boca y que como decía él, nos propocionaba ‘calorcito’ al bajar por el estómago. Una tarde realmente interesante.

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